Pequeña minería… ¿artesanal o criminal? La cuestión minero-campesina y ambiental en Sevilla, Valle del Cauca


Segovia y Remedios, en el departamento de Antioquia, no son los únicos municipios de Colombia en que hoy en día se está viviendo una ofensiva en contra de los pequeños mineros. Si bien allá el problema ha explotado en enormes protestas, cuya represión ya ha dejado un saldo de tres muertos y decenas de heridos, hoy existen muchas regiones en Colombia en las cuales están presentes todos los ingredientes de la explosiva mezcla que llevó a Segovia y Remedios a estallar. Uno de estos municipios es Sevilla, en el nororiente del Valle del Cauca, colindando con tierras quindianas y tolimenses.

Este municipio, declarado capital cafetera de Colombia, tiene bellas calles salpicadas de casas coloridas en el estilo propio de los pueblos de colonización antioqueña, y es de arraigada tradición liberal –materializada en una estatua de Gaitán en el parque y representada en una extendida tradición intelectual y cultural. De hecho, el pueblo fue fundado por guerrilleros liberales que, después de la Guerra de los Mil Días, llegaron a tumbar monte en busca de la prosperidad y un buen vivir. Un siglo más tarde, este campesinado es nuevamente perseguido por el Estado, en un rincón de este municipio. Cerro arriba, por encima de los 2.000 metros, en la parte fría, cruzando brumosos caminos destapados rodeados de pinos y eucaliptos propiedad de Smurfit Kappa Cartón de Colombia S.A., se llega al corregimiento de Alegrías. Este corregimiento, ubicado en el camino de Sevilla a Barragán (Tuluá), limita con Roncesvalles en el departamento de Tolima, así como con el Quindío. Tiene páramo y algunas zonas un poco menos frías en las partes más bajas, atravesadas por el río Bugalagrande. Aunque aquí prima la vegetación nativa de altura y de frío, en el camino es francamente desolador ver los desiertos verdes que genera el monocultivo agroindustrial de pinos y eucaliptos, siendo el paisaje frecuentemente interrumpido por peladeros creados por la actividad maderera. Acá se da el frijol, el repollo, la zanahoria, el tomate de árbol, el lulo, la mora, la fresa, la arracacha, pero lo que más se ve es la ganadería de vaca criolla. Sin embargo, en los últimos años, la actividad minera, sin ser la principal actividad, es lo que más está dando para hablar, y lo que se ha convertido en la causa de la persecución por parte de los agentes del Estado.

Pequeña minería: artesanal y de subsistencia


Los orígenes de la pequeña minería en esta región se remontan a las épocas previas a la invasión y conquista española. Nos comenta el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Alegrías, Oscar Devia, que “esto comenzó con cinceles y martillo en la quebrada de la Profunda. Aun hoy encontramos las guacas de ellos por acá cerca. Pero ellos eran personas muy cultas, que sacaban el oro y también cultivaban la tierra, que veían el territorio como un lugar donde vivir y no sólo para explotarlo”. La minería en esta región se hace fundamentalmente en zonas de aluvión, en las márgenes del río Bugalagrande. Esta minería, se ha hecho con bareque desde siempre, con un impacto mínimo y sin afectar la tradición campesina del pueblo. Desde los últimos años, han comenzado a utilizar un sistema denominado de cajón o laberinto, el cual consiste en palear arena de los playones sobre una caja con un entramado de alambres, en los cuales se filtran las “pelusas” o pepas de oro, que quedan atrás. No se necesita mercurio para separar el oro, pues este ya sale en forma de pepa. El impacto, como pudimos comprobar en una reciente visita, es mínimo, y las más de las veces, los mismos mineros incluso tapan los huecos.

Muchos de estos mineros son campesinos que se ven forzados a suplementar sus ingresos debido a lo magra situación del campo. Algunos campesinos están haciendo apenas 10 ó 15 litros de leche al día, y eso no deja casi nada. A $75.000 el gramo de oro, muchos van a probar suerte al río. Pero hacer un gramo no es nada fácil. Hay días en que va bien, y otros en que uno puede tardar hasta tres días para hacer apenas un gramo; si bien el oro da un cierto respiro económico al campesino, está lejos de ser un ingreso seguro, estable o apropiado. Es más bien parte de esa tradición de rebusque en la cual sobrevive la mayor parte de la población. “Yo soy apicultor”, nos explica uno de ellos. “Ahora en marzo, abril, que es la primera cosecha, no salió miel ni para el remedio de la casa. Ahorita para agosto, septiembre, se ve difícil. Allá en el Quindío, la gente anda es con ganas de llorar. Se han muerto miles de colmenas por las fumigas de la granadilla. Acá el problema es con el glifosato y los insecticidas que usa la Smurfit”.



La situación social allá no es fácil tampoco, como lo menciona una campesina, que desde su casa, ubicada más abajo de Alegrías, en Santa Fe, se desahoga con nosotros. “Mire, vea usted estos cambuches en los que vivimos. Esto es pura tabla, apenas tenemos electricidad, y por eso el Estado nos tiene clasificados como estrato 2. ¿Puede creerlo? Acá deberíamos ser es estrato 0, pero así lo amañan todo y después dicen que ya no quedan casi pobres en Colombia, y usted ve a su alrededor qué pobreza tan brava”. Devia agrega que “llevamos ocho meses que no han venido a hacer brigada de salud los del hospital. Acá son muy elegantes cuando vienen, pero cuando vamos allá nos atienden como si fuéramos un animal, como un pecuecoso, así nos ven. Allá lo desconocen a uno”. Según él, la minería es una solución a la complicada situación del campesino. Dicen que han sido muy golpeados por el Tratado de Libre Comercio, tanto con el de EEUU pero principalmente con el de la Unión Europea, que su leche tiene mucho menor salida que antes y aun así el precio que se le paga al campesino es en promedio 300% menos que lo que cuesta el litro en el mercado. Si hubiera más apoyo para que los campesinos puedan producir y sacar al mercado sus productos sin tanto intermediario, y si el gobierno tuviera un compromiso real con la implementación de lo acordado en el punto uno sobre desarrollo rural en el acuerdo de paz de La Habana, no tendrían que recurrir a la minería de la misma manera para poder llevar algo a la olla. La ven como un último recurso. “Si hay un verano largo, yo necesito una alternativa, y eso es el oro para nosotros”.

Dragas, medio ambiente y tejido social

Pero en parte del 2014 al 2016, llegaron mineros de otras zonas del país, pero sobre todo de Cartago, que trajeron técnicas más destructivas de explotación, como el uso de dragas. Esta llegada coincidió con la salida de la insurgencia del territorio, en este caso particular, la columna móvil Víctor Saavedra de las FARC-EP. Esta situación en la cual el vacío dejado por los insurgentes da paso a prácticas nocivas para el medio ambiente se ha registrado también en otras zonas del país, como el Caquetá. Del mismo modo, en muchos lugares de los cuales se retiraron los insurgentes, también se ha dado un proceso semejante de descomposición del tejido social. Este proceso es aún más notorio en zonas con un alto influjo de población flotante (temporadas de cosecha, zonas cocaleras o mineras, etc.), en las cuales se agrupan grandes cantidades de personas desarraigadas y sin los lazos sociales íntimos de una comunidad que son los que refuerzan las normas de conducta. Aún cuando estas personas estuvieron por poco tiempo, Devia se queja de que “dejaron el vicio, y hoy hasta se ve niños fumando marihuana. Esa minería nos ha dejado un trago amargo. Porque vinieron y dañaron lo poquito bueno que había. Los que metieron dragas no son gente de acá de la zona. Creo que se aprovecharon de nosotros, pero es que es gente que sacaba el oro, pero también sacaban el revólver. Nosotros no sacamos ningún provecho de esto y nos preguntamos, ¿si así es el desayuno, cómo será el almuerzo? No había ningún control sino que cada cual a defender lo suyo, así tal cual la mafia. Entonces, esta gente, como se dice, cagaron y se volaron… ¿y qué dejaron? Chinos fumando marihuana, metiendo vicio, con esos gorros y con esos pantalones ahí caídos que muestran la media nalga, y con ese hablado pendejo”… poniendo acento de argot paisa afectado, entre sicario y Maluma, imita “‘oiga cucho, cójala suave’, ‘¿quihubo parce? relájese’…”.

Hace unos años se había dado una situación parecida en un sector conocido como La Mina, en el páramo. Ahí tradicionalmente los campesinos habían barequeado por temporadas, pero llegaron personas que, según Devia, “metieron orugas, retroexcavadoras, y botaban mercurio como quien toma agua de panela… mataron nuestro ganado, los peces… aún hoy usted va a pescar y saca truchas deformes. Ahí estuvo metida hasta gente de la alcaldía. Hicieron un daño grandísimo, que los campesinos de acá nunca habían hecho”. En esa época, 1999 al 2001, habían entrado los paramilitares del Bloque Calima de las AUC a todo este territorio. Según testimonios de campesinos de la región, llegaron con gran violencia, asentándose en las fincas, rompiendo las puertas, quemando casas, robando ganado, desapareciendo muchísimas personas y asesinando a otro tanto: se sabe que en Alegrías mataron al menos 3 personas y 14 más para lados de Barragán (Tuluá). Hasta el día de hoy despiertan terror en los campesinos que rememoran sus desmanes: “Había uno que llamaban Percherón, que era una bestia enorme y levantaba la gente del cuello con una sola mano. Cargaba dos pistolas, una en cada mano. Hasta que una guerrillera mujer, solita, lo quebró en Barragán. El tipo era guapo, pero esa otra mujer era más guapa todavía. De ahí los guerrillos los fueron quebrando y ya no volvieron por acá”.

Eventualmente, esta minería de dragas y retroexcavadoras desapareció hace ya varios años, para reaparecer brevemente en los márgenes del río Bugalagrande, y desaparecer nuevamente. Acá, sencillamente, no hay espacio para estas prácticas. El miedo, empero, que tienen los campesinos es a fuerzas económicas mucho mayores que tienen la mira puesta en sus territorios. Ya se sienten pasos de animal grande.

En la mira de las multinacionales: Anglo Gold Ashanti y Smurfit Kappa Cartón de Colombia S.A.

Ahora se sabe que existen intenciones de explotar la riqueza aurífera de la región por parte de grandes colosos de la minería como la Anglo Gold Ashanti, la misma multinacional que ha enfrentado una heroica resistencia por parte del pueblo de Cajamarca, Tolima. Esta multinacional ya ha hecho la solicitud para explotar el oro de Sevilla. “Aún no hay multinacionales, pero nos tienen el ojo echado.”, dice Devia.“El miedo, es que con esas empresas lleguen grupos armados, financiados por ellos, como ya nos ocurrió en el pasado”. En el contexto de lo que está pasando en todo el país después de la salida de las insurgencias de los territorios y la llegada de paramilitares y otros grupos armados privados, la preocupación de la comunidad es más que justificable.

Pero no es sólo la multinacional minera la cual ha venido causando estragos. También el monocultivo de pinos y eucaliptos por parte de Smurfit Kappa Cartón de Colombia S.A. ha hecho una auténtica hecatombe, que ya se puede constatar subiendo desde Sevilla al corregimiento de Alegrías. En todo ese camino ya no se ve una sola casa de un campesino. Es una hora en moto, en la cual lo único que se ve es el desierto verde. Donde había caseríos dispersos ya no queda nada: en veredas como las Brisas o la Melva, han desaparecido por lo menos 85 fincas. Con el pino, que acaba con el agua de los territorios y que vuelve ácido el suelo, ya la vida misma ha desaparecido en ese trecho, en el cual la única compañía del viajero, es un espectral silencio, interrumpido muy a lo lejos por el canto de un pajarito despistado. Contrasta este paisaje con la explosión de vida y sonidos que uno experimenta ya al llegar a la zona de los campesinos.


Nos dice Devia que “había más de 50 nacimientos de agua y con los pinos, la mayoría se secaron. Tuvimos hasta tres años de verano, y ahí se murió mucho ganado. Ahora la empresa dice que nos quiere ayudar a construir un acueducto, pero el daño ya está hecho. Acá teníamos un nacimiento que nunca se secó y ahora está seco. Los humedales se secaron y eso lo llenaron de pinos”. ¿Cómo irá la multinacional a reparar integralmente a los campesinos por los daños ocasionados en todos estos años? Esta es una demanda que no puede ser obviada por las comunidades que saben que la empresa tiene una deuda grande con ellas y que no se soluciona con las medidas cosméticas contenidas en los manuales de responsabilidad social corporativa.

La cuestión ambiental se está convirtiendo en uno de los puntos clave para unir las resistencias campesinas en contra del modelo económico destructor y extractivista, con la protesta urbana. Esto se ha venido constatando desde las grandes movilizaciones contra la minería en Cajamarca, Tolima, y se ha visto replicado en Quindío, Antioquia, Caquetá, etc. En estas movilizaciones, la consulta popular ha sido un elemento clave movilizador. Es por ello que el gobierno santista está ansioso de acabar con la figura de la consulta popular que representa una piedra en el zapato para el desarrollo de megaproyectos.

La cruzada contra la minería “criminal”: cuando el Estado se acuerda del pueblo

En el 2016 los mineros medianos ya se habían ido, cuando cayó la represión militar en contra de los pequeños campesinos artesanales de la región. El 18 de mayo en un operativo conjunto de la CTI y del pelotón Antílope Nº2 del Batallón de Alta Montaña Nº10 capturan en Santa Fe a 12 pequeños mineros de la región, bajo el cargo de “explotación ilícita de yacimiento minero”. También los quisieron enredar como financiadores y auxiliadores de la Columna Víctor Saavedra de las FARC-EP, pero afortunadamente ese montaje no prosperó. Se les partió exigiendo que debían pagar una multa de $90.000.000, una cifra astronómica para cualquier pequeño minero. Hoy la pena se les ha rebajado a $11.000.000. Aun así, es una multa que es totalmente desmesurada para gente que apenas subsiste. El abogado de oficio que tuvieron, se dedicó a enredarlos y los hizo aceptar cargos diciendo que así saldrían más rápido. Hoy están ya en la tercera audiencia y sienten que los engañaron. “Claro, es que uno confía en el abogado porque es supuestamente el que sabe la ley y nos decía, acepten no más, que salen rápido y ahí quedamos enredados… es que aceptamos presionados por las circunstancias y por el mismo abogado, que en realidad, parece que trabajaba más para el gobierno que para nosotros”, nos comenta uno de los inculpados, mientras se refriega las manos nerviosamente.

El 25 de Setiembre del 2016 hubo otra redada organizada por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), el pelotón Antílope Nº2 del Batallón de Alta Montaña Nº10 y el Grupo Delta de la Tercera Brigada de la Tercera División del Ejército, esta vez en Alegrías, en la que capturaron cinco personas. Entre ellos, a tres personas que estaban bañándose en el río y fueron cogidas en trapos menores –lo absurdo de la situación podría hacer reír va más de uno, salvo por el hecho de que hay más de tragedia que de comedia en esta tragicomedia represiva. Hasta a la persona que les vendía comida a algunos mineros la querían atrapar como supuesta auxiliadora.

Mediante una utilización perversa del lenguaje, al minero artesanal, tradicional, de subsistencia, o pequeño, se le comenzó a llamar, primero, minero ilegal. Después, ya se le llamó minero criminal. Ahora se les llama mineros terroristas. En realidad, al nombrar a estos mineros como un tema de orden público se les deshumaniza para justificar esta oleada represiva. Cuando uno habla en las ciudades con la gente sobre el tema de la minería se imaginan que todos estos mineros están forrados en plata, que son unos grandes mafiosos, cuando la realidad es otra. La obsesión en criminalizar a estos pequeños productores tiene más que ver con la disputa por los territorios por parte de grandes intereses económicos en alianzas estratégicas con sectores del Estado.


Buscando una salida: agrominería artesanal o irse a colonizar la luna

El drama de los campesinos y pequeños mineros en la zona de Sevilla reproduce, en un solo municipio, la historia cíclica de represión, despojo, colonización y resistencia que es patrimonio de todo el campesinado colombiano. Es la eterna lucha de los terratenientes y los grandes propietarios en contra del campesino o el pequeño propietario que ejerce un control de facto (rara vez con títulos) sobre su tierra y los recursos disponibles en ella, así como sobre su propia mano de obra, la cual utiliza para la reproducción de su economía a escala familiar. Esas son las dos cosas porque los oligarcas desde siempre les han combatido: porque ellos quieren controlar toda la tierra y sus recursos, así como quieren que el campesino o el pequeño productor trabajen para ellos, no para sí mismos y sus familias.

El campesino en el Valle del Cauca ha sido desplazado a las laderas montañosas por la monstruosa expansión de los ingenios azucareros; ahora, los tenáculos de Smurfit Kappa Cartón de Colombia S.A., los están empujando cada vez más arriba del monte, mientras las partes altas alrededor de los páramos son declaradas zonas protegidas, con lo cual les están siendo progresivamente vedadas. Con cada vez menos espacio disponible para vivir, sin poder ir ni monte abajo ni monte arriba, ¿para dónde más puede coger el pequeño campesino? ¿A colonizar la luna? Con esta tenaza por partida doble, gentil patrocinio de los grandes capitales y del Estado, al campesino le está quedando cada vez más difícil subsistir y cualquier actividad en la que incurre, es declarada ilegal. Ilegal, claro, porque las leyes en Colombia están todas hechas a la medida de los ricos. Se espera que tanto el chico como el grande cumplan con la misma normatividad, aun cuando la escala y el impacto que ambos producen sean totalmente diferentes.

El campesino de hoy en día, no es el campesino de hace un siglo atrás que solamente tumbaba monte y seguía tumbando monte selva adentro o monte arriba. Es un campesino que, debido a la acción de las organizaciones campesinas y de su propia resistencia en el territorio, ha construido una relación diferente con éste. Es un campesino que conserva y puede manejar el impacto sobre el ambiente. Dice Devia que “nosotros mismos somos los que hemos cuidado los bosques, que no se quemen los páramos, mientras que las instituciones reciben la plata, dan licencias a empresas dañinas y nunca vienen hasta arriba de este monte”. Cuando se les pregunta qué es lo que quieren, responde con meridiana claridad: “la minería debe hacerse en relación con la agricultura, para complementar el ingreso del campesino. La gente no puede olvidarse de cultivar la tierra, porque esto da de todo y da mucho trabajo. Debe ser hecha además por gente de la vereda, gente con arraigo, que proteja las aguas y los bosques. Que sea una minería artesanal, como la que hemos hecho de siempre y la que han hecho nuestros ancestros. Hay que construir cooperativas de campesinos y que en el pueblo consuman lo nuestro. Solamente así podremos permanecer en el territorio y conservar esto, para que no sea un hueco que deja una minera o un desierto de pinos”.

Para convertir esta visión en una realidad, es que las organizaciones del municipio, entre ellas ASTRACAVA, se han decidido a impulsar la figura de la consulta popular para poder vetar la entrada de multinacionales mineras que terminarían por destruir el territorio y para que se respete la actividad sostenible de los campesinos. También desde esta organización se ha venido impulsando la creación de Zonas de Reserva Campesina en el departamento, y esta es una figura que podría jugar un rol importante para garantizar la permanencia de estos campesinos en el territorio. La consulta popular hoy es una herramienta clave para que el soberano ejerza su voz sin ambigüedades ante este tema de crucial importancia. Es, también, el principal mecanismo disponible para materializar una alianza efectiva entre quienes en el campo y la ciudad pretenden crear un mundo sostenible, donde se respete la naturaleza y donde los pequeños productores puedan vivir de manera digna, conservando su autonomía. Si el gobierno logra tumbar la consulta popular, se acaba, en la práctica, el carácter de democracia participativa que en el papel caracteriza a Colombia. Pero también habría eliminado la última tabla salvavidas que tienen a su disposición estos campesinos, hijos de esas personas que llegaron escapando de las calamidades de la guerra, buscando nuevos horizontes. Campesinos hoy colgados ante un abismo sin fondo desde un delgado hilo que los une a esa historia cíclica de violencias, resistencias, despojo y esperanzas. Si no somos exitosos en esta labor de rodear, apoyar y defender a estas comunidades, habrá que ingeniárselas a ver cómo se llega de Sevilla a la luna.


José Antonio Gutiérrez D.
Investigador Chileno y Catedrático de la Universidad de Dublín (Irlanda)
24 de Agosto, 2017



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